El de ayer fue uno más de esa cadena de días históricos que no acaba y que todas deseamos, en realidad, que cese. Durante más de 10h muchas zonas del país permanecieron en un apagón y una desconexión eléctrica total, que dejó a la población paralizada, asustada y vulnerable. Sin embargo, a pesar de la falta de información y de electricidad, la ciudadanía de todo el país dio una lección de nuestro mejor carácter: el que se solidariza con el vecino y le lleva de vuelta a casa, el que pasa a ver si sus vecinas mayores necesitan algo, el que saca una radio a pilas a la calle para compartir lo más valioso que había ayer, la información.
Somos un país con un espíritu ciudadano ejemplar. Lo demostramos en cada ocasión que tenemos y ya van unas cuantas. No se registraron grandes incidentes, no hubo saqueos ni problemas de seguridad ciudadana, e incluso apareció voluntariado para regular semáforos en muchos barrios de las ciudades. Podemos y debemos sentir orgullo de nuestro comportamiento, y también de nuestro sistema de bienestar público y de las administraciones públicas, porque fue gracias a eso que todo lo esencial siguió funcionando.
Los servicios de seguridad y emergencias actuaron de forma rápida y coordinada. Las urgencias hospitalarias funcionaron con normalidad gracias a los generadores eléctricos y a las magníficas profesionales que una vez más se echaron a la espalda un día que podría haber acabado mucho peor si no fuera por su entrega.
Además, en menos de 24h se ha restituido un “cero absoluto” en el sistema energético, gracias a los trabajadores y trabajadoras del servicio, que han trabajado de forma incansable para restituir la normalidad.
En uno de estos días históricos que nadie desea, debemos sentir agradecimiento por toda la gente que ayer dio su mejor versión y por tener un sistema público robusto y fuerte que, en medio del desconcierto, actúa, está presente y pone recursos para quien lo necesita.
La segunda lección que debemos sacar del episodio de ayer, como debimos sacar de la pandemia, es el grado de vulnerabilidad al que nos exponemos cada día. Ante el apagón total, pudimos ver hasta qué punto nuestra vida diaria depende de la energía eléctrica y nuestra estabilidad emocional de las telecomunicaciones. Ayer nos salvaron los pequeños gestos, la fuerza de lo colectivo y el buen ánimo de todas cuando es necesario arrimar el hombro. Pero no basta. Es necesario llegar al fondo de lo ocurrido. El Gobierno debe exigir responsabilidades a los operadores privados. Lo sucedido ayer no puede volver a repetirse y es urgente tomar las medidas necesarias para evitarlo.
La tercera lección del día de ayer, aunque los y las verdes ya la traíamos aprendida de casa, es que el futuro está en la energía renovable y la descentralización de la producción energética. Ayer, tras el apagón, las centrales nucleares se desconectaron por motivos de seguridad. Lejos de ser una solución fueron un problema, según el propio Gobierno, ya que, al estar apagadas, fue necesario desviar hacia ellas una gran cantidad de energía para mantener sus núcleos estables. Una vez más, fue la energía hidroeléctrica y la solar las que reflotaron el sistema, con el apoyo de los ciclos combinados de gas y las interconexiones energéticas con Europa. La energía nuclear, ni está ni se le espera.
Además, los hogares y edificios donde había instalaciones de autoconsumo pudieron hacer vida casi normal, al depender en menor medida de la red eléctrica convencional. Ayer las consecuencias habrían sido menores si tuviéramos más comunidades energéticas en los barrios y en los pueblos, si nuestra vida no dependiera por completo de operadores privados, si en lugar de generadores de gasoil tuviésemos pequeñas redes de producción y distribución eléctrica en edificios públicos y en comunidades de vecinas que nos dieran, aunque sea, un margen de unas pocas horas para cargar al mínimo el teléfono móvil, mantener una bomba de oxígeno funcionando o refrigeradas las dosis de insulina. Cada casa, cada edificio, pueden ser parte de la solución y no del problema. Es momento de invertir en ello con rapidez y confianza. Aprendamos la lección.